Señora, debo decirle con atrevimiento
lo que usted sabe desde mucho tiempo atrás:
Que usted me gusta como nadie más.
Que en ese obscuro y espacioso firmamento
parece ser un astro de luz pertinaz
y en mi vida sólo una estrella fugaz.
Yo la quiero como suelo querer de momento.
Y la quiero, sí, como ya no puedo más.
La quiero como nunca quise jamás.
De a poquito el alma se levanta como al viento
la colorida yesca que no olvidará
y en su incógnito vuelo la buscará.
Sepa usted señora que todo el enamoramiento
por el cual hoy el mío sujeto está
al suyo, como al ruego, pide piedad.