QUE NO SE CALLE EL CANTOR
El corazón tiene nombre,
tiene acento y tiene voz,
susurra a veces con miedo,
y otras que tiembla sintiendo,
que se aproxima el amor,
se parte, a veces, por medio,
ofreciendo la mitad,
o dándose por entero.
Canciones de Navidad,
que suenan como un lamento,
o edulcorando el momento,
esculpen viejos recuerdos,
con las excitantes luces,
que brillan para anunciar,
que se acerca un año nuevo,
con un rostro fantasmal.
El corazón habla idiomas,
y palpita sin mirar,
de que color es la piel,
pues la sangre brilla igual,
espesa, caliente y fiel,
sin importar los acentos,
late al ritmo del momento,
o de repente sintiendo,
salta de gozo al cantar.
No sabe el amor de nombres,
ni sabe el alma de tiempos,
la vida vive en el cuerpo,
convive hasta con el hambre,
su poder mueve montañas,
y se eleva hasta las cumbres,
y se gesta en las entrañas,
donde se oculta lo eterno.
El canto suena a clamor,
cuando el verso se sincera,
canta el ruiseñor y vuela,
porque es su razón de ser,
los corazones sin ver,
se entregan ciegos de amor,
y al ver la vida crecer,
sueña en lo eterno el cantor.
La vida es un vendaval,
que arrastra penas y glorias,
se detiene y se transforma,
es sublime o se deforma,
ama o sucumbe al rencor,
o alcanza impensables formas,
vive el amor en sus carnes,
y en el vibrante temblor,
de corazones que laten.
Canciones para olvidar,
o en lo que se fue pensar,
amores en el desván,
donde se queda el rencor,
cuando se ama de verdad,
que no se calle el cantor,
que no se apague su voz.
Angel L. Perez ®
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24/12/2021