En mi corazón, tu imborrable memoria aún persiste.
Imposible ha sido olvidar tus desenfrenadas caricias.
Ya que un día, oscuro, lluvioso y gélido, tú te fuiste.
Mucho rogué al Señor, pero pudo en ti más la codicia.
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Aún conservo en mi mente, la mirada triste de tu adiós.
Nadie pudo convencerte de mí fidelidad y de mí amor.
Triste final fue el de nuestro amor y todo fue por vos.
Nunca quisiste escuchar de mis dolores y de mi clamor.
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Miro atrás y me convenzo que todo es un mal recuerdo.
Muchos días, desde tu huida, estuve frente al ventanal.
Cuánto lloro, cuántas cartas, cuánto rezo, no recuerdo.
Ya en calma, sé que, entre tú y yo, el trecho es abismal.
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Esa evocación de ti, va y viene y ya son meros recuerdos.
Asombra qué, algo que se ha amado hasta el paroxismo,
no sea nada que me angustie, ya que hoy, ni me acuerdo.
Dichosa soy, aunque lloré, sin creer que serías mi abismo.
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¡La noche que te fuiste, tú te llevaste mi apenado corazón
y fue tan magna mi pena, que acabó por ti, toda mi pasión!