El día siguiente a la muerte del día
es hoy.
Ayer
ocurrió una desgracia,
ayer
murió el Sol.
Ante la vista de todos,
de repente, desapareció,
la mañana se hizo noche,
el mundo oscureció.
Celeste mar de espuma,
el cielo,
negro, frío como hielo,
la fuga del astro,
tiñó.
El planeta, huérfano, todo,
llora:
sin Dios, y sin Padre
¿qué hacer ahora?
Un lunático exclama,
con entusiasmo:
¡tenemos la Luna!
y en coro repiten todos:
¡tenemos la Luna!
Y así es ahora,
Diosa y Madre,
releva al Sol,
que en los corazones
ya no arde.
Transcurren los siglos
de lunar reinado,
el hombre avanza, progresa,
paso a paso, tercamente.
Y llegó el tiempo –nefasto-,
hollado fue el suelo selenita,
siempre casto.
Y perdió la virginidad la Diosa,
la divinidad y el encanto.
Sucumbió su reinado,
ya no fue Madre.
Caos, guerra, hambre,
explotación,
del hombre por el hombre,
de nación por nación.
Falto de fe, el hombre sufría,
¡corazón artero!
Un banquero famoso
exclama con malicia:
¡Tenemos al dinero!
Y un nuevo dios surgió,
poderoso,
que los anteriores más cruel,
despiadado, codicioso.
¡Ay de los pobres fieles del dios!
¡Ay del pobre rico!
¡Ay de los pobres pobres!
Futuro perdido y un presente maldito.
El día anterior a la muerte del día,
fue ayer.
Hoy ,
ocurrió una desgracia,
hoy
ví al Sol caer.