Oscar Fuentes F.
Templo
Que me hablo que me digo,
a quien asisto, con quien me ubico,
cual castigo me fue conferido
por quedarme entre truenos y suspiros,
por el barro vivo, en un cemento muero;
cual espacio si acá quedamos,
un día de rey por otros cien siendo mendigo;
me digo que pronto un día llegará,
la ruta definitoria, por la cual
me tengo que despertar, aún ni yo me entero,
porque la última vez que dormí
fue con la mano dentro de un cenicero.
Acaricié las rutas pedregosas sin el trazo
de un pincel color de rosas,
lo pinte a mi pinta y la única tinta
fueron las gotas tierrosas en las mangas de mi ropa;
sudor y sacrificio aún sin entender
de que se trata un sueño,
algunos lo aguantamos
solo por la emoción de pisar el juego.
No hemos sido invitados pero en su mesa bailaremos,
ya fue lo de entregar la cara,
hoy me esculpo mi mascara,
le comento mis desaires a la almohada,
a por combatir otro día, contra los relojes que se acaban.
Quiero llenar mi alma
como se lleva una condena,
día a día con la mirada clavada en nada,
disfrutando de un aliento
e imaginando una cachetada.
Aprendí a ignorar el juicio
para perseguir la crítica con el mejor filo;
de lo más expuesto he salido riendo
intentando no auspiciarme por un desencuentro.
No he nutrido desalientos, piso firme,
intento estar sereno, para entender,
que la ira es una pena por dentro, teniendo al pendiente,
que al mostrarse los dientes, o muerdes o te muerden…
ser prudente, sin buscar oro en un rio de pirañas,
a prepararse que no solo la noche es brava,
como el sol quema, la luz ciega,
los templos se inundan
y el fuego en las cenizas se asienta.