Maldigo tu presencia desdeñosa
en el friso voraz de mi mirada,
el montaraz semblante
de muecas que percibo de tu cara.
Reniego de la fatua y vanidosa
diadema que es el aura de tu estampa,
el halo que desprendes
y lo ruin e impostada que es tu fama.
Detesto que se escurra por mi mente
la memoria febril de tus palabras,
el tono torturante
de tus risas histriónicas y falsas.
Condeno, flagelado, cada letra
farsante que revivo de tus cartas,
la utópica ilusión
transformada en mil sueños y esperanzas.
Censuro los senderos de tus actos,
tu talante soberbio y la calaña
que corteja el camino
que, directo, te lleva hasta la nada.
Y aún así, ofendido y traicionado,
bendigo que tu boca me besara,
ensalzo tus caricias,
y ruego que regreses a mi cama.