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**~Novela Corta - La Batalla del Amor - Parte III Final~**

Y Matías allí con fiebre alta y enredando sus más nobles sentimientos, cuando sólo quiere vivir y no guerrear en esa maldita guerra que acabó con el pueblito de la Cruz, aunque su destino fue otro. Y se vió Matías como el más de los nobles hombres, pero, aún fuerte y más aún como un hombre que quería amar a una mujer aunque siendo él guerrero y ella pacífica, dos lados muy contradictorios sólo querían hallar la bendita paz entre los dos y más que eso en el mismo pueblito de la Cruz, por el norte del otero. Y, ¡ay, de los ojos!, ¡los ojos Encarnación!, los que miran y observan, los que dicen y aman, los que veneran y aclaman, los que envenenan y los que endulzan el alma, ¡ay, los ojos!, ¡los ojos Matías!. Y por fin, Matías, abrió los ojos calmando el dolor y sonriendo a la vida con esa agua de la sal del mar. Y, sí, la guerra había cesado, pues, el amor había triunfado para bien y había paz después de tanto desastre y derrumbe por la oposición de un gobierno en contra de la opresión en el pueblito de la Cruz, por el norte del otero. Cuando en el embrague de toda la verdad se siente como el mismo silencio en que el debate de dar con la pura e innata verdad se identificó como el mismo tormento frío y de un sólo desastre en querer amarrar el deseo en converger lo que más quería Encarnación. Y quedó el pueblito de la Cruz, destruido, derrumbado y sin poder reencarnar jamás. Y Encarnación, ¡ay, de los ojos!, y los ojos de Matías. Y Matías despertando de ese trance febril y de una muy alta fiebre, en que sólo lo dejó delirando a muerte segura. Y Encarnación y tan enamorada de esos ojos de luz y de un buen brillo. Cuando en el trance de la verdad se vió frío el desastre al salir de la casucha tanto Matías y Encarnación. Si yá casi era primavera y Encarnación lo que más desea es reencarnar a su pueblito de la Cruz, y, ¿cómo lo hace?, con la ayuda del soldado Matías. El que le dió una sustracción en saber que todo se puede y, sí, que le devuelve el soldado a toda su gente, a la que evacuaron incluyendo a Doña Carmen. Si Doña Carmen se salvó por atreverse a desafiar al cielo y al infierno y lo que se vivió desde la Navidad hasta casi llegar la primavera fue el mismísimo infierno, el que con fuego casi quería vengar todo. Y Encarnación reencarnó en un sólo deseo y en una sola magia y en contra de la verdad, se dedicó en fuerza y en voluntad lo que más hechizó en la misma fortaleza en creer en el mismo pasado de la vida misma, porque cuando en el alma se vió entregando el desastre de creer en el alma fría y en contra de todo se vió el mal incurable y de un sólo pueblo con la misma forma de dar gracias a la vida y más que eso en la misma fortaleza en poder creer en el misma manera en querer sobrevivir y con agua de sal en una sola tinaja llena de agua del mar se abasteció el alma y la vida y el soldado Matías, con su poder al ser curado por Encarnación y pudo abrir la puerta que quedó más recia que antes al haber lanzado la guerra más bombas y quedó todo destruido y con un mal inconsecuente en querer barrer la forma más inocua en creer en el embate en dar una buena solución. Y sin saber que el destino era frío y con un mal desastre en poder creer que el silencio se sintió como lo imposible de dar con la única salida hacia el mismo horizonte y era, sí, el pueblito de la Cruz, por el norte del otero. Porque cuando salieron de la casucha yá casi en primavera había cesado la guerra, la que en el pueblito de la Cruz, por el norte del otero, había sido intrascendental como la forma de creer en el ocaso vivo en que había despertado Matías de esa fiebre mortal y de esa herida y tan profunda entre sus costados. Y se vió frío y tan muerto como el haber sido como la pura verdad de que había sido intransigente con ese pueblo yá devastado y tan destruido por la guerra y por los soldados y por la gente peleando algo que nunca llegará a ser la razón pura e innata en creer en la mala opresión de ese pueblo devastado por la maldita guerra, la cual, se aferró a destruir en mal estado a ese pueblito de la Cruz. Porque cuando en el altercado frío y desolado se vió frío en el más de los más instantes perdones y sin ser tan ciertos, como lo fue entregar la forma más vil de la verdad de que en la alborada se vió aterrado al trance de lo más imperfecto. Si dentro del ocaso frío se sintió como la más bella fuerza y en la fortaleza un deleite efímero en creer en el alma una sola verdad en atraer en el alma una sola luz en el ocaso de ese día en que despertó Matías de ese trance imperfecto. Si dentro del instante en que se perdió el alma fría y por haber destruido al pueblito de la Cruz, por el norte del otero, sí, si después del ocaso llegó la noche fría a descender de ver en la frialdad de la noche álgida y tan transparente como el aire abstracto o como el mismo cielo con nubes blancas desatando la osadía que por el día, el soldado despertó de ese trance perfecto de la mala somnolencia autónomo en que había caído Matías si se vió aferrándose al trayecto efímero en poder creer en el embate en dar a tan cruel verdad una sola solución en creer en el alma a cuestas de la total razón. Cuando en el alma de Matías y la de Encarnación se vió efímeramente con una luz trascendental por una fuerza autónoma de dar con la única verdad en demostrar lo que más se siente desde que el cielo transparente pintó a un corazón y era el corazón de cupido, el que enaltece a Valentín, cuando enamora a dos seres de luz con su poder y con su flecha flechando al amor de Matías y de Encarnación. Cuando en el alma de Matías se vió frío e inocuo como el ademán frío y tan trascendental como lo fue querer amar desde sus propios adentros. Y Encarnación perdió todo desde el desastre como la aventura de ser como el trance de la misma verdad, cuando en la noche se vió aterrizando a la sola vida cuando en el alma a ciegas quedó como el mismo instante en que se vió atemorizante de un sólo espanto nocturno en saber de la sola mala situación en que se volcó el trance de la impoluta trascendencia. Si en el alma de Encarnación se vió fría y llena de espantos y de inseguridades desoladas, cuando en el camino se tornó frío y muy devastador. Si en el trance de la verdad se vió aterrada Encarnación a lo que mira en el pueblito de la Cruz. Cuando en lo imperfecto de un todo se vió y más que eso en la batalla del amor irrumpiendo en el desafío frío de la verdad, cuando se cosechó la esencia y lo que más abrió en el cielo a todo un sol abierto. Cuando en el alma y en el ocaso debió de haber llorado, Encarnación, pero, no, no lloró, sino que lloró, sí, de la emoción de ver y de creer en el alma una sola sospecha en dar con el silencio la amarga desolación del pueblito de la Cruz. Si cuando en el alma de Encarnación se abrió la fría desolación en poder creer en el alma en una sola razón en querer amarrar el deseo y la ambigüedad en saber que el destino y el camino se aferró al desierto trascendental del numen en la cabeza de Encarnación. Y saber de que, sí, si sobrevivió en plena guerra sabiendo que su mundo cayó y ella calló en el silencio devastador y de una sola razón. Y Matías en el trance de la verdad efímera se entregó en cuerpo y alma en busca de una salvedad y de una salvación y en poder sobrevivir a la verdad de que su mundo se abasteció en su camino una sola sensación de creer en el alma una innata pureza y era el alma de Encarnación dentro del alma de Matías. Y, sí, así se fue el alma y en una profunda verdad de que la esencia se electrizó su forma en el alma y quiso conocer Matías a Encarnación y se presentó el jovenzuelo Matías, y, Encarnación confesó su amor en el alma de Matías, y vivieron, al fin y al cabo, juntos hasta que la muerte los separe como el juramento en creer en la misma mala sensación, otra vez, en haber estallado otra sola bomba enfrente de la casucha de Doña Carmen y siendo por siempre enfrentando a la batalla del amor entre Encarnación y Matías.  



FIN