Estaba mudo el salón
al entrar los bailarines,
y al ritmo del corazón
estallaron los violines.
Un tango bien argentino
daba paso a sus arpegios,
y en ese hechizo divino
llegaron los sortilegios.
Comenzó la exhibición
de un floreo magistral,
causando fascinación
al público en general.
Y entre cortes y quebradas,
sentadas y otras figuras;
la pareja entrelazada
trazaba mil hermosuras.
Esbozaron los artistas
en su florido lenguaje,
pasos con miles de aristas
con mucha garra y coraje.
Al fin llegó la ovación
de la concurrencia en pleno;
desbordada de emoción
y con los sentidos llenos.
Toda su magia dejaron,
más su encanto sin igual;
y a todos nos deslumbraron
con su virtud magistral.
Jorge Horacio Richino
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