Nacemos bajo reglas de una escala
que tejen ambiciosas sociedades
que sirven al infierno de antesala
y llenan nuestras almas de ansiedades.
En ella el desgraciado siempre exhala
suspiros por las gamas de crueldades
de aquellos que ostentando su vileza
al débil lo someten con destreza.
Vivimos entre sórdidos mandatos
de estólidas y absurdas religiones
que imponen pensamientos de beatos
que sirven a los hombres de prisiones.
Escriben como estúpidos cegatos
principios que de yugo son versiones;
principios que ellos mismos condicionan
al pago por \"pecados\" que perdonan.
Pensar y repensar en tu existencia
es gracia que te otorga el buen derecho,
tu espíritu levanta, y con anuencia
abriga gran futuro con tu pecho.
Enfréntate a la mísera indulgencia
de aquel que te utiliza en su provecho
y cíñete la espada libertaria
que acabe con tu vida sedentaria.
El hombre que se duerme en su indigencia
carece de coraje y de estoicismo
y nunca encontrará la incandescencia
que logre liberarlo de si mismo.
El siempre sufrirá la consecuencia
de ser un fiel esclavo del sofismo
de aquellos que se dicen \"salvadores\"
y son de su vivir depredadores.
Tu debes de buscar las claras lumbres
que traen esperanza a quien batalla
y nunca a las cadenas te acostumbres
y aprende a derribar cualquier muralla.
Desecha las idiotas mansedumbres
y cuelga de tu cuello la medalla
que es premio por subir los escalones
buscando tus fervientes ilusiones.
Igual que los guerreros con templanza
porfía con tu lucha muy sereno,
conserva de tu sueño la esperanza
sin nada que a tu paso ponga freno,
y llena el corazón de gran confianza
que tenga el gran poder que tiene un trueno;
¡y sube de la escala sus peldaños
venciendo de las reglas sus amaños!
Autor: Aníbal Rodríguez.