El secreto era, sencillamente,
hablar lo menos posible.
Conservar el silencio,
solo violarle para reír
o para charlar con quien valía la pena.
Abstenerte de entrar en conversaciones vacías
y sin sentido,
así como frívolas discusiones
y ofensas sin motivo.
Era difícil,
acostumbraba a juzgar
e insultar para no enfurecer,
más nunca lo hice sin fundamentos.
Me contenía todo el día,
empero, al llegar la noche,
un inmenso caudal de tinta
desparramada sobre el papel
liberaba todo aquello
que por mi boca no había encontrado salida
cuando predominaba la luz.
Era un suspiro silencioso,
liberador y reconfortante,
que me permitía estar en paz,
conciliar el sueño,
y alistarme para un nuevo día.