Aquel verano,
mi refugio fue Lidia
la que su vejez
llamó a mi puerta
dejándome al marchar
aquella inmensa soledad
que arrastraba su vida
oculta en su vestido negro
y en su rostro sin lágrimas,
muertas desde que dejó
sin vivir el dolor
de los recuerdos,
antes de cumpir los treinta
los mismos que yo
cumplí y celebré con ella
con sus setenta y tantos.
Desde mi casa de alquiler
su sombra me observaba
detrás de la ventana
y un día levanté la mano
sin obtener respuesta
hasta la medianoche
en unos tímidos golpes con sus pequeñas manos en mi ventana
y elevando su voz
tan hecha de silencios
que tuve que intuir ..
«soy Lidia, tu vieja vecina»
Me traía una tarta
hecha por ella ...
la invité a pasar
cuando iba a dar media vuelta
dentro sonaba Schubert...
y abrió mi corazón
a su tristeza.
Lidia ,lloré por ti
pasados tres veranos
cuando supe que nunca te vería
al llegarme por correo
tu diario
donde anotaste:
«Quiero que sea para ti
y que no llores, ahora estoy viva, aunque al leerlo ya esté bajo tierra. Llévame flores
y léeme tus últimos poemas.
Gracias a ti , a tu música
volvi a llorar
y a comprender que sin recuerdos
no era nadie»
«Vuelvo a ver ahora tu llegada
parecías aquel novio
que perdí en un invierno
y dos años después
lo que de él llevaba en mi vientre .
Despertaste mi juventud
en esta vieja
cuando me hablaste de ti
mirándome a los ojos
sintiéndote cercano»
«No hubo nada más hermoso
que el día que fuimos a celebrar
nuestros cumpleaños con dos velas
como si fuéramos iguales,
a pesar de lo anticuado
de mi vestido
y el moño blanco
que causaron tu risa
o cuando compré un bañador
y me dijiste:
serás la anciana
más hermosa
del lago
donde nadé contigo
después de tantos años»