La vida es efímera y el hombre egoísta
por la naturaleza de su convicción; vive ensimismado,
incapaz de diluir su esencia con aquello que le rodea,
pues desconoce su origen
y su finalidad,
su ambiente nato y su esencial utopía.
Su existencia bien puede ser un fútil error,
o una magnífica obra,
hasta no saberlo seguirá creyendo
en aquello que aborde su mente cierto momento
y dejará de saberle cuando este se marche.
Si es que la vida le alcanza para ello.
La mente del hombre tiene limitantes;
en su devenir social, los limites de uno se comparten con su
prójimo
y también viceversa,
dado entonces que su perspectiva en sociedad
sea, irónicamente, diminuta
comparada con la individual.
Para que el hombre ascienda un peldaño
en la escalinata hacia la plenitud,
sea mental o espiritual,
le es necesario sacrificar su confort,
olvidar lo que por convicción aprendió.
Le es necesario abandonar lo que idolatra,
desintegrar el mundo que conoce
y con ello, su vida.
Aunado a esto,
el principal obstáculo de su avance;
el destierro.
Un ser superior siempre será observado
con temor y asombró por sus espectadores,
optando estos, en su incomprensión,
por rechazarle, excluirle,
en el peor de los casos ignorarle,
haciendo ver su progreso como maligno
o desagraciado.
Así como en la perfecta mecánica
de un reloj de manecillas
las piezas pequeñas han de girar mas veloces que las grandes,
las masas siempre han de tardar mucho más en su progreso
mental-espiritual,
que uno sólo de sus miembros en su individualidad.
Tal como en una transmisión por engranes
es sencillo disminuir la velocidad
con ejemplares grandes,
y aumentarla con engranes pequeños,
un hombre forjado con escasas perspectivas amplias,
podrá crecer favorablemente.
Más uno influenciado por las masas
con sus escasas preferencias e ideales,
difícilmente ha de conseguir su avance.
Así como un cuerpo con mayor masa ejerce una fuerza de
atracción superior
ante un diminuto ente,
un ideal masivo atraerá mas adeptos,
por mas absurdo que este sea.