Te respiro y ya no te respiraré,
pues te he dedicado el último suspiro,
que es mucho más profundo que un respiro,
y, –expirando–, creo que moriré.
Un aire viciado que no olvidaré
y mantendré mi diafragma oprimido
–sin abandonarme a ningún descuido–
cuando de tus labios me separaré.
Fácil me sería, pensar en los ríos
cuyas aguas no volveremos a ver
–si por un lado del puente te miro
por el otro vas a desaparecer–,
pero son tus besos los que se han ido
y el mañana no será como el ayer.