En el pasillo
del piso en que vivías
jugaba un gato.
Me le enseñaste
un día, por la tarde,
tras visitarte.
No sé su nombre,
ni sé si aquella tarde
nos presentaste.
Pero recuerdo
tus labios y tu voz
mientras hablabas.
La cara seria,
los ojos vivarachos
y hasta tu pelo.
Aquí se paran,
se rompen mis recuerdos
y veo sombras.
Era tu casa,
pequeña y solitaria
entre las hayas.
En aquel bosque,
oscuro y legendario,
vivías tú.
Y allí te amé,
como aman los poetas,
¡a una utopía!
Rafael Sánchez Ortega ©
25/11/21