En la frágil dureza del hombre, deja cegada toda aquella pureza de amor, cerrando su expresión al sentir de los labios que acarician su cuerpo; frio como la nieve, quieto imitando una estatua, callado sin los suspiros del viento, dejando la duda si goza el sentir de otro cuerpo.
Mirándose fijamente aquellas llamas apagadas esperando el calor de una acción donde el hombre no ve que tiene que moldear su cuerpo para ser leído en términos de placer, acomodar la mirada para su gozo, suavizar su dulce voz para aumentar la tensión de dos cuerpos que buscan tocar el cielo con su armonía sexual, en un viaje cantando a los ritmos de los gemidos del hombre, desechando su idea que los hombres no se expresan, ellos también gimen.