Siempre queda el aroma antiguo
en un pomo de perfumes,
de uno cuyo líquido elemento
ya no está pero se siente.
—Horacio—
He mirado de reojo el marcador de batería
del pc y pronto me pedirá alimento —voy a
esperar—. El recuerdo, la remembranza vale
cuando sale espontánea, no antes.
Qué importa lo que signifique ese olor para
el que lo cuenta. No es justo atribuírseme la
responsabilidad de tener que sentir por él, por
ella, por quien lee la juntura de letras que cada
vez cuelgo en este bendito tendedero, no es
necesario, se escribe para conjurar en quien lee
un sistema de elementos internos que conjuguen
una experiencia estética que se pretende grata,
pensar en lo que piensa una mente ajena es querer
tapar el sol con la yema de un dedo...
Siempre queda, por mucho que el estropajo pase,
rastree huecos y arañe el esmeril del envase, y eso
es señal de que la memoria todavía existe, y somos
eso, solo eso, memoria, pero dejadme que ese olor
lo exprese, lo cuente, lo pergeñe sobre el inmaculado
de un papel que se me abre al pensamiento como manar
de un manantial quieto, o turbulento, pero en definitiva
manantial que solo es porque le sigue un conducto a tierra,
a la superficie pedregosa que de sol está llena fuera,
terreno volcánico, sediento, árido de humedad y deseo.
—Voy a parar un momento, me hago los cereales y vuelvo—
—voy a terminar rápido que me tengo que ir al trabajo—
En definitiva, que subscribo pixel por pixel las palabras
de mi amigo Horacio quien me alumbra en la intimidad
el seso y me inunda de los aromas clásicos hoy tan olvidados
y tan mal pagados por la audiovisualidad de una generación
que se ha desacostumbrado al fijar de sus ojos sobre un mar
de líneas tintadas, sobre un universo tipográfico que guarda
un inmenso tesoro que por inexplorado deviene inexplorable.