Hoy quiero que descanses, mariposa,
prefiero que te guardes mi pecado,
aquel que confesé, de haber amado,
por culpa del aroma de una rosa.
Recuerdo la sonrisa tan preciosa
y el labio tembloroso y delicado
pidiendo que otro labio, deseado,
robara su caricia silenciosa.
Y así me convertí en impenitente,
siguiendo a la pasión de mis sentidos,
dejando a la razón alborotada.
Un beso cambió el rumbo, de repente,
y así se aceleraron los latidos
del mar y el corazón en marejada.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/12/21