Son las cinco am y un minuto, dos minutos, los cobertores y mi cuerpo son una sola pieza, un cálido trozo de carne mañanero. Las seis am, con diez, con veinte, el sol se asoma, mis dedos de los pies continúan fúnebres, inmóviles en su cobijo. Siete am, un viento gélido golpea ya la ventana, buscando entrar a mi habitación azota contra el vidrio y lo empaña.
Ya las nueve, continúo quieto, inmóvil. Aún no soy un cadáver, lo se, por esta comodidad, inundada en el frío, no hay cadáveres cómodos. Acaso seré el primero?
La respuesta es un as de luz, brillante, atraviesa el vidrio de la ventana, nada cálido, segador, me daré la vuelta.
Once am, aún no cuento con energía suficiente, me encuentro boca abajo, me siento denso, ultra pesado. Soy una tortuga de media tonelada intentando voltearse.
Mediodía. La ventana arde, los cobertores son sudorosos, siento presión en el pecho, la espalda fresca, el estomago vacío, frágil. Las cobijas engrapan mi cuerpo al colchón, se marchó la mitad del hoy. Falta menos para mañana. Un intento. Dos intentos. Arriba miserable perezoso, arriba. Imposible.
Miro la almohada, la pared, la loza.
Calurosa comezón en mi espalda, no me rasco, solo le meneo contra el colchón.
Boca abajo nuevamente, con una espalda ardiente, como si no hubiera opción, no hubo otra para mi, ni por nadie, inclusive si intentaran voltearme, me negaría, les heriría. Cual si fuese un erizo.
Ya me levantaré mañana.