Ya la tarde en vísperas de la despedida
se retiraba en paz con sus muchos colores,
que aquellas tantas nubes con profusa herida
nos parecían tan hermosos arreboles.
Todo eso vimos por tan singular ventana
como si dos mundos para nosotros fueran:
El fiel bullicio de la vida cotidiana
y aquellos astros como si algo nos dijeran.
No sé si fue el azar o las casualidades
que tu pelo abrazó la noche de mocedad,
y en un reflejo en aquellos grandes cristales
parecía sobre tus ojos la luna entrar.
Todo parecía ser por demás perfecto
y era de encanto nuestra cita coronada:
Yo, con todo el corazón por demás inquieto.
Tú, con voz trémula y sonrisa trastornada.
Las mesas de manteles aterciopelados
parecían un buen descanso para las flores
con que suelen entregar los enamorados
conversos todos al amor sus corazones.
Tus manos como inquietas palomas al vuelo
con suave calma se dispersan delicadas
sobre la mesa, las flores, sobre tu pelo;
y son potentes caricias nuestras miradas.
Puesta también la carta y todos los enseres
buscamos a solas allegarnos al beso;
y como es muy propio de todas las mujeres
dijiste a voz baja: ‘no tardo, ya regreso’.
De un aroma rico las tazas perfumadas
fueron servidas no sólo una, sino hasta tres;
y así fueron las horas, como si apuradas,
parecieron sorbidas como aquellos cafés.