Nací en el 43, iracundo y bélico,
en un pacifico Uruguay austral
zodíaco del cangrejo acuático
juliano mes de un frío polar.
Europa y Asia matan a todo albur:
en isleñas arenas de Iwo Jima,
en la rada marina de Pearl Harbur…
que en Mercedes, nadie se lastima.
Mi culto, aún nativo del agua,
fue entonces amor solar,
mis amigos por la piragua
y para mí de Helios el cantar.
Soy de Stonehenge y de Osiris
con el sol de mi bandera
razón del Inti desde su iris,
religión cósmica a mi manera.
En las dunas oceánicas del Chuy, Rocha, Uruguay, vimos sorpresiva la circunferencia de arenífera oquedad en medio del sol del mediodía. Aquello era una brasa de algarrobo, quemaba su energía perpendicular sobre las epidermis de humanos y de las botánicas hojas. También promovía efectos brillantinos hacia los vientos frescos del mar Atlántico por desniveles de presiones térmicas en una armonía termométrica asaz placentera. Me metí como punto de transferencia circular en lo que sentí. Cósmico paisaje pleno de grandezas, aguas, cielos y olas. Yo, allí. Pequeño. Insignificante. Pero creyente en los megalitos del culto solar de Stonehelge en la Bretaña; en Apolo helénico; Osiris descuartizado , y en el Sol de mi bandera nacional . El es una copia del Inti de los antiguos incas peruanos, trasladada al Uruguay de mi nacencia por los sincretismos de antiguas encomiendas telúricas. La mayoria de los uruguayos lo ignoramos. ¡Viva el Sol vital!