Un gorrión enamorado
lloró tanto su dolor
al perder la linda flor
que su miel le había dado.
Y hoy está desconsolado
soportando su pesar
denostando su volar
con sus alas doloridas
supurando sus heridas
el recuerdo que aprisiona
en su pecho que amontona
mil tristezas ya sufridas.
Ni las mieles de otras flores
lo han podido consolar
si en su flor ha de pensar
dándole ricos dulzores.
¡Qué terribles los dolores,
que en su nido va sufriendo!
Poco a poco va muriendo
y sus lágrimas regando
porque siempre va llorando
y también desfalleciendo.
¿Quién te salva, gorrioncillo,
quién le da cobijo a tu alma,
destrozada con desalma
sobre yermo y cruel campillo?
¿Quién te salva, gorrioncillo,
de las vil crueles cadenas
que te sangran duras penas
porque vas agonizando
porque al vuelo vas sangrando
el dolor que arde en tus venas?
Los días fueron pasando
y el gorrión ya no voló
el dolor lo acongojó
y lo terminó matando.
Hoy lo estamos recordando
sin siquiera merecer,
lo que lo hizo fallecer.
Cuando el alba apareció,
su fervor también murió;
pero… ¡quién lo iba creer!