Ben-.

Aquelarre-.

Insustanciales, aunque metódicas,

vanas, indiscretas y salvajes,

libres gobiernan,

el día y la noche, las diversas variantes

de brujas, cacatúas y cotorras,

que dejan perplejas a sus contrarias,

las avestruces, que pronto desaparecen.

Como negras figuras de una noche cualquiera,

el tiempo parece haberse detenido en ellas:

calzan toca o mantilla, falda hasta media caña

y zapatos poco lustrosos, como de mesa camilla.

No hay rosas ya que dominen su pelo obsoleto-

la juventud pasó muerta por sus cuerpos de acero-,

y no levantan la copa del vino más que en los

sagrados momentos del cura o del diácono.

Viviendo bajo tierra, alimentando un secreto

que se sabe a chorros, las pedorras y los pendones,

farfullan y se inmiscuyen en cualquier proyecto,

estorbando, manipulando, u obstaculizando su devenir

entero. No son amigas del cambio.

Coloreando el martirio de Cristo, haciéndolo extensivo

a todos, se pasan la vida, sin coger una simple piruleta,

por temor al infierno, al limbo o a la discoteca.

Y con el licor en la mano, pasan las uvas del rencor,

nutriendo a la alimaña que llevan dentro, con las uñas

agazapadas, llenas de terror-.

 

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