Un viejo amigo me dijo un día,
Que los lugares no nos calman,
Ni nos apaciguan,
Si no que somos nosotros
los que cambiamos en ellos.
Llegando a recapacitar,
Y respirar,
Y reinspirar(nos).
Los lugares, a su vez, tienen un nombre,
Dentro de nuestros corazones,
Dormitando en nuestra memoria a largo plazo,
Que no es el que marca el mapa.
El nombre de aquel, o aquella,
A quien la brisa acarició a nuestro lado
el primer atardecer que compartimos juntos allí,
Pudiendo ser allí, centenares de paraísos.
Pudiendo ser un atardecer, miles de amaneceres.
Un viejo amigo me dijo un día,
Que estás maravillas, son para compartirlas,
Asumiendo el riesgo de otorgarles dueño para siempre,
Como las playas,
Como los ríos,
Como los miradores naturales,
Como las canciones.
Sin embargo, hay algo más bonito aún:
Volver mil veces más, pero sola,
y no solo encontrar paz.
Encontrar las risas, miradas, y silencios
que se desparramaron en ese suelo en otros tiempos,
Recogerlos en el corazón de nuevo, por un momento,
Y sonreír.
Yo nunca se lo dije a mi viejo amigo,
Pero gracias,
Por hacerme dueña y ser dueño de tantas alegrías, atardeceres, y cervezas.
Ojalá que te vaya bonito,
Tan bonito como me va a mí.