A ratos,
me siento sublime,
cual gota de agua
en la cerámica lisa
del piso del
albergue que me acoge.
A ratos,
me desprendo
de los pedazos de carne inmunda,
de la voz estéril,
ipso facto,
vago,
deambulo,
me torno liviana,
y me río del frío,
que lastima las extremidades,
que me permiten desplazarme,
del lugar donde habito,
hasta,
las postrimerías del paraíso que me circunda,
en medio,
de lo que los demás,
en medio de su trivialidad,
creen ver.
A ratos,
soy, siento, me estremezco,
descanso mi alma,
descanso mi vida,
mi cuerpo…
A ratos,
escucho melodías, apacibles cantos,
que paulatinamente
me vuelven delirante,
mientras re considero mi vida,
sucesos,
hechos que,
a ratos,
me torturan.
A ratos,
dejo que mi cuerpo se exprese
en infinidad de frenéticos
movimientos,
creando insólitas poses
que afloran libremente, sin anclas.
A ratos, vibro,
mientras en mi estomago,
florecen sabores a todo y a nada,
me nutro entonces de rezagos,
del alimento que solo a algunos,
les es permitido,
al que solo algunos,
acceden por convicción,
o por el enorme deseo,
de experimentar esa sensación,
que se sofistica,
cuando pasa del esófago,
al acolchonado paraje
del órgano vital,
que se vuelve lánguido
y exigente cada vez más.
A ratos,
el fuego envuelve mi vida,
mi carne, mi cuerpo.
A ratos,
se forma una hoguera.
POR: ANA MARIA DELGADO P.