Cayeron las cáscaras de mi siembra en plena madrugada,
disuadido por un vasto alarido,
amortizo la cálida impresión del pánico
que se desprende de mi mano,
rondan los perros salvajes y mi rostro deturpa,
se mofan por las aceras sin ninguna compasión,
mi cirio poco a poco expira,
forjando las crueles acciones de arcángeles oscuros;
es un sábado y los ladridos son acertados
reproches que se clavan en mi pecho,
causando un semblante aterrador,
dejando de ser el tonto erudito
frente al impío anfitrión que los acompaña.