Un crítico y literato,
con quien tuve una porfía,
lleno de sabiduría,
me tuvo mucha paciencia.
Usó toda su sapiencia,
para dar la explicación.
Me hizo pasar un mal rato,
mientras que duró el dilema,
qué si era carta o poema,
ahí estaba la cuestión.
Develé mis argumentos,
los suyos, él esgrimió,
poco a poco reveló,
la génesis del problema:
la poesía siempre lleva
símbolos y literarios;
hipérbole, símil, metáfora
y otras muchas figuras,
que embellecen la escritura.
En vez de decir dulzura:
\"tiene sabor a cereza\",
o \"mi vida está oscura\",
para no decir tristeza.
\"Siento cantos en mi boca\",
para expresar alegría,
\"eres la luz de mis días,
de mi vida eres el sol
o ya mi noche no es fría\":
es que encontré el amor.
Y yo aprendí la lección,
la asumo con osadía,
expreso mis sentimientos,
y llegué a la conclusión:
que también escribo cartas,
disfrazadas de poesía.