Mirad: yo era,
tras esas puertas famélicas,
durante el aullido del lobo,
un cuerpo de bujías ascendentes.
Mirad, miradme,
advertir la necesidad de la risa,
entre métodos cosméticos, con
hábitos de insomnio.
Y en los excrementos de paloma,
lejos del huracán harapiento, sucederse
el aliento del águila, su siniestra redención.
Mirad: mirad aquel que ornamentaba
las capas del suicidio, con un vértigo de azucenas,
y un rosal de estanterías y torsos descoyuntados.
Tras esos jacintos herméticos, inclinad la cabeza:
aquí, una vez, hubo alguien. ©