Hermosa tigresa y fina red blanca.
Tú, tan quieta en el aire; tú tan quieta.
A la vista de nadie, sola y prieta.
Araña mi alma con tu tela franca
y ámame aquí, bien sentado en mi banca.
¡Ay, Argiope Argentata! Y si se agrieta
mi pared y con otra húmeda veta
¿otras mil y una lágrimas me arranca?
Sí, quédate aquí con tus patas largas,
porque me arroba tu muda presencia
y me olvido de las horas amargas.
Bella tigre, sosegada paciencia
la tuya, de la que tanto me embargas...
Nunca me dejes, ni llames tu ausencia.