Bella dama
vuelva la cara a mí,
en miradas
centelleos de plata
aún lágrimas.
Rompa los cerrojos
a los portales del atrevimiento
eléveme
con caricias etéreas.
El corazón de la inocencia
sangra
herido por la flecha
de la experiencia.
Para quien ha ido errante
en el desierto
basta hallar consuelo
en la penumbra y en la brisa.
Basta amarle de lejos
para entonar
mi poema antiguo.