Mirando hacia el techo de la habitación
intensifico y concentro mi mente
–que se encontraba en estado ausente–
en busca de una chispa de excitación
o de alguna circunstancia de pasión
que no pueda dejarme indiferente,
al elevarme entre toda la gente
que ya se borró de mi imaginación
que, ahora, es pirómana de la llama
de un fuego espléndido y perturbador
para dar luz una cara que me ama
con más fuerza y más allá de todo amor,
y que, una vez recostada en mi cama,
me crucifique con inmenso dolor.