El zumbido del aleteo de una mosca retumba en mis oídos, sumándole a mi mente embotada una dosis mas de estrés en esta fatídica tarde de septiembre... El chillido de una odiosa melodía -si puede llamársele así- proveniente de la casa de al lado hace fruncir mi ceño mientras intento concentrarme en el dulce silencio de mi hogar.
Nuestro hogar...
El que era nuestro.
¿Cómo pude llegar a odiar tanto los fines de semana?
Gracias a Dios es domingo y ya casi se hace de noche, aunque me agrada menos la idea de dormir (porque el insomnio me corroe).
Una noche... otra noche.. Una noche más en la que debo aceptar que no estás y la razón no la tengo.
Suspiro hondo y bebo un sorbo de agua fría, nada agradable.
Toneladas de hierro forjado caen precipitadamente en mi, lo mismo que me ahogo el día que te fuiste.
Necesito distraerme.
No puedo pensar de nuevo en...
-¡¿Hasta cuando entrarás sin preguntar?! ¡Basta! recuerdo insolente.
-¿Insolente? Tu me has invitado a entrar.
-¿No es suficiente con qué aparezcas cuando ya casi te he sacado de mi?
- Querida, son indeleble en ti.
- ¡NO! ¡no caeré de rodillas, no me doblegaré al cepo de tu intento de aniquilarme!
- Si tú lo dices.
... Silencio ...
- Aunque, pensándolo bien, un poco de compañía no me haría daño - más-.
Quizás, en este encuentro si logre desahogarme de ti.