Leen en la cama,
cada uno mirando su celular.
Las luces de las pantallas
iluminan tenuemente sus rostros
enfrascados.
Parece que las caras
fantasmales
flotaran
en el silencio oscuro.
Él advierte que la batería se está agotando;
se apresura a terminar un artículo
que no le interesa,
porque no tiene ganas de conectar el cargador.
Pero la última línea se extingue
y el aparato muere de golpe,
al menos hasta recibir,
como el monstruo de Frankenstein,
la transfusión eléctrica
que le devuelva la vida.
Hay un segundo de sorpresa,
otro de suspenso.
Gira su cabeza,
y entonces
por fin
la ve.