Pues dice Unamuno que la lírica
es la que hace al verdadero poeta,
quien nos muestra su sentir, sin careta,
desprovisto de mueca satírica.
Su subjetividad se hace onírica;
solo él es su única marioneta,
con gritos ahogados en su chaveta
cual si fuera una bestia vampírica.
No le importan las historias ni la acción,
ni la crítica, ni las teorías,
los demás no existen en esta canción,
ni sus bobadas ni sus fechorías,
solo, de su no vivir, la sensación
de hundimiento en profundas agonías.
Pero, ¡qué pobre es esa poesía!
si solo consiste en nunca razonar,
dejarse llevar por no poder pensar
y, entonces, decir cualquier tontería,
sin interés por lo que devendría
a los seres humanos, en su deambular,
ni por posibles soluciones elucubrar,
combinando praxis con teoría.
No puede haber mayor pobreza mental
que la del necio que se infantiliza
y solo sabe ver su espectro facial
en espejo que lo desvaloriza
y le hace inferior a cualquier animal,
el cual nunca se martirizaría.
Y, al intentarlo…
Me chorrearon goteras de la mente;
metí la razón en la licuadora,
pero no me escondí en la secadora
y me quedé con la mirada ausente.
Ese líquido formó una corriente,
una catarata sepultadora,
desde el anochecer hasta la aurora,
que parecía gustarle a la gente.
Era como una anguila, muy irracional,
que serpenteaba en una piscina;
fue algo primitivamente animal
que al espíritu «sensible» fascina,
incluso una regresión al mineral:
¡Lírica devenida en aspirina!