Amanecía tránquido el pinrel
de la humana inmensa cabellera
al cantar del gallo de papel
y al oler su inmensa pedorrera.
Almohada en pelo
y sueño en oreja,
despaturraba enérgico la colcheja
y al rin rin de metal
reventaba con sablazo de molleja.
Metido adentro de la zapátida canoa
el dedo gordo avistaba por la proa
todo objeto que pronto envestiría
en cada cháguica descarga que el capitán realizaría.
Ya enropado y montado en patineta
con corbata y un aire de gomina
propulsado por tremenda pedorreta
arribaba feliz a la oficina.
Enormusmísima flatulencia al ingreso
penetró el agujero de la llave
y propulsos cual veloces superaves
volaron empleados por ventanas y oriflesos.
Habrase visto
semejante desproltorio
pinrel ninguno quedó en el bodrio
ni los croncos, ni los listos; ni el caracú de Oligisto.
Sólo don pedote
soportó de su gas el tremendo azote,
mas broche násico ensamblado
portó por siempre a su naridérico aspirador agarrado.