En el lado que se ve a la derecha
del reloj, crecen las horas funestas:
las de los sopores de nuestras siestas
y las de ese final, que nos acecha,
en las que el pensamiento se desecha
y solo son maderas superpuestas
(sin clavos, ya guardados en sus cestas),
los muebles de nuestra vida maltrecha;
y el barro vuelve a licuarse en el barro;
y nuestra voz es ya un suave glissando
de los vientos que soplan a un guijarro
del bello jarrón que fuimos creando:
«El que se cuarteó, con gran desgarro,
junto al suspiro, que nos fue dejando».