Cuando te vi esa única vez primera
me atrapó la melaza de la noche
y la miel del día, ambas en derroche...
en ti diminuta de primavera,
que superando en todo a la diosa Hera,
y sin Afrodita que me reproche,
me atrevo a decir de forma fantoche
que, ¡me vale la ira de la primera!
Porque no hay más bella que tú mi abeja,
que llegaste fugaz y de mi olvido
te apartaste hasta dejarme esta añeja
dulzura de recordar el zumbido
de tu vuelo aquel que nunca me deja,
ni tu ginandromorfismo que se ha ido.