Tengo un rostro marcado por el tiempo,
con el reflejo de algunas despedidas
que han dejado los ojos vacíos
he instantes envejecidos, como murales del alma
que se muestran en el semblante
Mis labios guardan un sabor amargo.
casi salobre de olvido y soledades
conservo un paladar que no distingue alegrías o tormentos
y latidos tenues que no encienden luceros
para marcar nuevos caminos
El tiempo parece una frágil línea delgada
azotada por el viento frío de los recuerdos
sostenida por manos sin fuerza que atenazan esperas
de noches acumuladas que no pasan ni mueren
De pronto me miro al espejo de nuevo
como para descubrir en mi cara la vida
y miro fragmentos de instantes
pequeños trozos de alegrías comprimidas
astillas de tristezas lacerantes, mordaces, agudas
y la noche sigue ahí frente al espejo
sin viento, sin sonido
profunda y tirana en mis sabanas gélidas
Júbilos esquivos se amontonan en esquinas
emociones fragmentadas que se burlan en las sombras
desmoronándose, diluyendo la sangre eterna
del horizonte insondable.
Me quedo sin palabras,
con la memoria colgando de miradas en la pared
de un adiós en la garganta
de una pizca de agua en la pupila
Y de pronto por la ventana, surca el ave
cae la lluvia, florece el jardín olvidado del tiempo
para descubrir mi piel erizada,
asustadiza e ingenua
que recrea los cantos de ríos y montañas
encendiendo hogueras y derritiendo los hielos
que apasionada solloza, y gime en delirios
sin quedar dormida, sin morir de olvido
que no está feliz, y no estará triste
porque revive en los versos y resucita en poemas