Llegó a mi existencia, con esa silueta
tan llena de encanto, de aromas tan llena;
con esa mirada tan pura y serena
que borda la vida de gran ilusión.
Le dio a mis quimeras fulgores de gloria
con cánticos regios, de fe, de armonía;
en donde mi verso florido nacía
dejando en el alma febril devoción.
Traía en sus ojos el rayo que vierte
fulgores de ensueño, de amor los colores;
y preso en sus redes, rendíale honores
por esa su estampa con aura triunfal.
Al verla en mi estancia, pensé que soñaba,
mirando su cuello tan blanco y sedoso,
lo mismo que un cisne, sensual, glamoroso;
que nada en la fuente de luz celestial.
Instantes supremos me dio su ternura,
un mar de caricias, sus manos de seda;
con voz delicada decía tan queda:
¡Deseo tus besos, tu fuego, tu ardor.
El más absorvente delirio vivimos,
y fueron los días que estuvo a mi lado
un gran paraíso, radiante y soñado,
con luz policroma de intenso color.
Por eso en mis noches de inquieto desvelo,
su tenue figura dibuja mi mente;
y siento en mi boca su boca candente
buscando las mieles que yo me bebí.
Entonces se llena de versos mi lira,
y siento en mi lecho su cálido aroma
y escucho el arrullo de tierna paloma;
¡sintiendo en el alma su piel de alhelí!
Autor: Aníbal Rodríguez.