Hablando con Mi Tristeza le dije de frente un día:
“Espera, ¿por qué me sigues?
¿qué buscas en mí?
Eres la hermana perversa de la débil melancolía;
a ella la he aceptado, pero a ti,
¿por qué lo haría?
Nada tengo que ver contigo,
no me busques, no me sigas.
No te cruces en mi senda,
baja ya de mis espaldas, ¿por qué te ensañas conmigo?
Te apareces de la nada cuando nadie te ha llamado
quiebras mi voz, me acongojas, me deprimo
y tú festejas.
Cuando el caudal de tu carga lo viertes sobre esa mueca
en que tornas mi sonrisa,
cuando aniquilas la chispa de mis ojos, y se anegan.
Y después te vanaglorias, dices ser mía y te acrecentas.
Te vuelves escurridiza, te escapas por mis pupilas
eres infame, traidora, despiadada y egoísta.
Pero sobre todo, sé
que eres una impostora.
Que una tarde penetraste como ladrona furtiva
En el más recóndito ánimo del entramado que aísla
la locura de mis cuitas;
diste batalla sin tregua a mis defensas esquivas
y por tus fueros sentaste tus reales
sobre mis noches sombrías.
Pero hoy te digo: ¡Basta!
Vuélvete sobre tus pasos, de ti reniego, te evado
me alejo, cambio de rumbo,
ya mi mundo has trastornado entiende, lo suficiente.
Aquí te bajas, ni sigas.
En la vida que ahora empiezo
tú ya no tienes cabida.”