No juegues conmigo, nena,
no agites mi pensamiento.
Por Dios, no me causes pena,
sabes bien cuánto te quiero.
Entrégame tu cariño
y nunca me des lugar,
a perder ese respeto
que siempre te supe dar.
Por momentos me confundo
cuando en mis brazos te tengo;
pues no noto amor profundo
ni encuentro tus sentimientos.
Tu actitud parece extraña
porque muy poco me abrazas;
seguro que son patrañas
que en la mente se me instalan.
Ven, acerca tus embrujos,
dándome tu amor a pleno;
hazme saber, sin tapujos,
que sigo siendo tu dueño.
Perdóname esta cruel duda
y si disgustos te di;
los celos tienen la culpa
que haya dudado de ti.
Ahora si, soy feliz
pues siento tu amor sincero;
y si existió algún desliz,
yo no lo vi y no lo creo.
Jorge Horacio Richino
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