Sean tus manos el faro
de todos los sinsentidos,
cuando no encuentre el norte
para guiar mi navío.
Que tus brazos sean refugio,
donde caerme rendido,
cuando el mundo me golpee
por no darme por vencido.
Sean cobijo tus ojos,
para que anide el olvido,
cuando el recuerdo imprudente
quiera verme mal herido.
Que el sonido de tu voz,
sea arrullo en mis oídos,
cuando el grito del silencio
no me deje estar dormido.
Sean tu alma y la mía,
nuestra propia habitación,
y allí el tiempo jamás merme
la pasión de nuestro amor.