Me negaste el acceso a tu mirada.
Me prohibiste sentir la calor tuya,
Me indicaste, con el índice,
El sendero de los páramos yermos
Y siniestros como niños enlutados.
Adiestraste a la vida en contra mía,
Y acreditas cada año que sigue la mortaja
Cubriendo entre paréntesis mis sueños.
Yo busqué fortalezas en montañas innombrables,
Altas como el gas que luce completo de adjetivos.
Y allí, tras las puertas del jardín monté un kiosco
De lágrimas licuadas, granizadas de alma liquida,
Memorables turrones viscerales… y viví,
Entre la maleza subsistí, agraviado y maldiciente,
Carne demente , obtusa vía desmembrada,
Allí, reitero, donde nunca estuve y brillan
Perlas de lluvia maltratadas…pequeños suspiros…
Y no volverán jamás las primaveras,
Se conforman con bellos epitafios,
Y entre tanto la leña de encinas centenarias
Alienta la sombra de aquellos ecos.
Paco José González