Marta es como un pajarillo que se aferra a su nido y tiene miedo al vacío que necesita para emprender el vuelo, para que las alas le salgan majestuosas y planee como dueña del cielo. Si ella colabora yo estaré para empujarla y cuidar de que no se estampe contra el suelo, que se agarre a mí si lo precisa y dejarla volar cuando tenga la disposición, que sienta la magia del viento sobre la cara, reinando sobre cualquiera de los abismos posibles, sin miedo, no sola, sino llena de ella, y que no caiga en la costumbre, que encuentre un hombre que vaya en sincronía con ella.
No tengas miedo.
Si te asomas el abismo es inmenso
—lo sé— pero más inmensa
es tu gana de saltar, de soltar
las amarras que te encadenan.
Quieres volar y no te atreves.
Confía en la capacidad de tus alas,
las plumas que la constituyen
son perfectas en su variedad
y disposición, están sanas
y bien cuidadas, confía en ellas.
Si sacas el primer pie te atreverás
a sacar el otro a continuación
y una vez te veas en situación
comprenderás que no tienes escapatoria.
Debes lanzarte, no mires atrás,
no te vayas a convertir en estatua de sal.
Mira al miedo a la cara y dile lo que piensas,
impúlsate con las manos sobre el borde
espinoso de tu nido y dile adiós.
Cuando notes que planeas y sientas
en tu cara el lenitivo de la brisa marinera
querrás seguir así toda la vida
y te preguntarás por qué no lo hiciste antes,
por qué tuviste miedo y fuiste cobarde.
Solo te diría que es así, de esa pasta
estamos hechos y es de recibo tu proceder.
Si lo necesitas y me llamas me pondré
debajo del nido, por si no logras emprender
el vuelo y estar para recogerte y no hacerte daño.
Sé libre, arráncate de los grilletes del amor,
de un amor que hace daño y que no responde
al significado que se consagra en los diccionarios.
Estaré pendiente...