I-.
Yo no lucho por el aire
diametralmente opuesto
su calidez invasora, la incierta
penumbra que sostiene
como un afán de luz y ciencia.
Números serán sus cuerpos:
mirad, las lúgubres marañas
que filtran sus raíces entre vómitos.
Y mirad también, la luna disolverse
lejos del océano impertérrito.
En cambio, observad mi cuerpo propio:
enseñado a las bestias, como un ojo meditabundo,
en un lago de indulgencias, apátrida del insomnio.
O se enfrentan los príncipes anémicos.
Yo busco los montes, el pecho casi quemado,
sin espalda, el fuerte río con sus peces,
el azul de la paloma, subida a las almenas-.
II-.
Y me miran con lágrimas,
las frágiles palomas,
los espacios cerrados,
las escuelas dispersas,
los labios de sal, las huellas
de mi madre, los gestos de mi padre,
las penumbras en silencio
de mis fraternas amistades.
Cómo busco todavía, y con ahínco,
la blanca ropa en algún cable tendida;
el cielo, la luz, el ave que retorna.
III-.
Me miran, sí, las quietas dinastías,
su multitud de estrellas y navegaciones.
La fuente, el fluir del agua, la alambrada
del colegio y su abandono-.
©