Nacemos con el corazón puro, ajeno de dolor y decepción. Atreves de nuestra niñez aprendemos del trato familiar el amor propio o la falta de. Llevamos esa enseñanza en nuestro diario con nuestros compañeros, maestros, amigos hasta el día que nos toca la ilusión de nuestro “primer amor”.
Ese amor que es confuso, bonito, exhilarante, y con expectativas de ser eterno. Demostramos lo mejor de nosotros, ofrecemos claveles de sonrisas, entregamos océanos de generosidad y valles de emociones. Ese amor nunca se olvida, es el patrón que se lleva cuando ya no existe.
El corazón vuelve a florecer con ese amor nuevo que tiene mas conciencia basado al primero. Pero no, porque este amor es un amor herido. Llega esa persona y nos cura a medias esa herida con su fármaco de pasión. Se aprende este amor y el patrón es moldade a su circunstancia o situación.
¿Llega un día cuando se piensa es amor que siento? ¿Como sé que amo y como sé que me aman? ¡Cuando estoy amando, amo sin barreras o tengo el corazón tan herido que estoy entumecido por el aprendizaje de ese amor eterno que no lo fue! ¡Ahí entonces es que aprendo amar o aprendo a desamar!