𝗠𝗼𝗿𝗮𝗱𝗮
En silencio,
existo al oír tus cantos amarillos, rojos.
Cuando la brisa del parque
adormece las hojas
y las rocas
se hacen tiernas en la aridez de tu territorio.
En la oscuridad,
me despabilo al resplandor
de tu figura pálida, tenue.
El duelo de mis huesos
fulgura en cálidas pasiones
que prescinden de mi como las aves.
En la noche
creo albergar riqueza en las limosnas
y que la tempestad es un lecho
en el cual tiemblo si te acaricio
y vuelo, vuelo aun sin despertarme.
En nuestro hogar,
alejarse siempre es estar yendo…
Anton C. Faya