Cuando el poeta no sabe decir nada
puede tender a mirarse el ombligo
y, con el dedo, sacarse el boñigo
que está asomando a su redonda entrada,
diseccionándolo, como coartada
o embaucamiento para ese testigo
que le tiene preparado un castigo
a su oquedad sobredimensionada.
Y salen las rimas en pelotillas
con sus «aso-conso-nantes» pringosas
seguidas de grasientas seguidillas
y décimas muy secas y escamosas
o sextetos redondos cual rosquillas
con sonetos de pelusas casposas.
Veamos un ejemplo: Como ya sabréis soy un robot programado para elucubrar sonetos y, un día, tuve un apagón en mi inteligencia artificial, con el siguiente resultado:
«ERROR FATAL EN EL GESTOR DE SONETOS»
El exangüe éxtasis de expiación,
exaltándome muy extremadamente,
y ya excitándome exquisitamente,
me está expeliendo su externa exhalación.
Excelso exorcismo de mi exculpación
bien expurgada extemporáneamente
y toda expelida exhaustivamente,
expectante de extra exoneración.
Exequias de la explotación a expirar;
exótica extinción expeditiva;
excluir la exaltación de extorsionar.
Execrar, de expoliar, la expectativa,
exaltando la exégesis de excretar
con esa expresa expansión exclusiva.