Y LUEGO, AL OTRO DÍA, Y COMO ARREPENTIDO
Ya había corrido mucho
aquel día de gran actividad, y había quedado
un tanto decepcionado
y como sin brío,
como un corcho flotante a la deriva.
Y luego, al otro día, y como arrepentido,
salió temprano,
dejó aparcado el auto
al pie de una ladera, y ya solo le quedaba
por delante caminar, subir, bajar,
abrir un largo etcétera
de cruces de caminos y senderos,
de colinas que se montan
las unas en las otras,
abigarrado núcleo, lúbrico montón,
del que solo sobresalen los lomos de las cimas.
Qué a gusto caminar dando traspiés,
caídas cada tantos metros, siempre eufórico,
por toda la mañana a paso rápido,
sin miedo al revolcón, a la fatiga,
al dolor físico,
al viento de repente golpeando con dureza.
En unas circunstancias similares
no se ha visto:
tentado por doquier por simas
y barrancos, conducido por ásperos circuitos.
No lo cercan
los malos pensamientos:
liviano se conduce por todo el territorio,
sin cojera ni asomo de cojera.
Patria ideal, la altura,
el largo valle, las colinas en fila,
sucediéndose,
los riscos erguidos al frente del ocaso.
Y al final de trayecto,
la promesa de un nuevo día fresco y bien oliente
con la blusa entreabierta
a todos los sentidos corporales.
Le quedaba aún por delante
el misterio de lo nunca pisado,
el reducto inexpugnable,
la empinada próxima ladera,
y el uso de la fuente que apenas sobresale,
más el dulce dejarse caer al otro lado.
Podría apresar lo indefinido,
algo así como el concepto,
la hipótesis, el pálido reflejo
de un concreto más allá
aún invisible
tierra hostil donde las haya, muro
alto pero a la vez risueño,
pasillo entre dos paredes de peña verticales.
Caminar en bucle,
o más aún, perdido entre la niebla
de pronto desplegada sobre el mundo.
Allá arriba, a un paso de la cima, no se queja,
al tiempo que el rey sol
desgasta todo el día, todo el año las formas naturales.
Al tiempo que el pico más alto y más escurridizo
otra vez se levanta, otra vez se hace visible
en lontananza.
Gaspar Jover Polo