“Un alba
que no conduce a día alguno”.
Emily Dickinson
Recuerdo aquellas tapias lejanas,
tus ojos de luz llenos y del pasado,
mi infancia que en ti anida.
Un tiempo muerto donde no estarás
y lo que ha sido nunca existió,
se anuncia en el parque.
Las grises hojas bajo la iglesia,
el peso de esta tarde vacía
dibujan tu silencio,
señales tuyas que brotan en lo hondo.
Te puedo ver callada y triste,
mirando el sol ponerse
en un cielo aterido de julio.
Resuena tu voz en la memoria
dejando un hueco inmóvil para siempre,
difusa imagen tuya vespertina
que no conduce a día alguno.
Aquel paisaje antiguo cambió,
su oscuro valle nos atrapa.
La vida junta escenas del ayer,
el terco rastro donde tú palpitas
con trozos de nostalgia.
Mi ser añora los claros helechos,
tus ojos de límpida compasión,
las noches que aromáticas crecían.
Tu barrio duele y queda conmigo
dejando bruma entre nosotros,
ensueños que destilan los años.
Se quedan ya perdidas como náufragos
las negras calles frente al bar.
Proyecta su tejado entre la lluvia,
la casa que incita a llorarte
partidas sus cancelas de antaño.
El mundo se nos fue sin pretenderlo,
gigante sombra que llega a todo,
sus costas van quedando atrás
y la distancia me araña por dentro.