Anoche te sentí despuntar
tras las ardientes murallas
de mi habitación,
aún bruñidas por tu luz.
¡Acaso es que te quedaste merodeando
en las evasivas entregas de mi cuerpo!
Porque deslizante yo te espero,
como en todas las noches sostenidas,
quizá, por demasiadas estrellas.
Y luego la niebla agrede el último
resquicio de mi ventana.
Y tu negada lejanía rasga
este antiguo madero,
que desciende desde los contornos
feroces de mi sombra.
Pero siempre llegas:
casi un hálito de dioses,
atadura de sombras,
tendiendo este glosario cantado
inagotablemente sobre mi almohada.